¡Saludos perrunos! Tuna está durmiendo así que me he apoderado del portátil para dedicarle una pequeña entrada a nuestro hermanito perdido... Tuna nunca lo conoció, así que de vez en cuando me gusta hablarle de él y de lo bueno que era.
Nuestro hermanito se llamaba Coky y era un cocker spaniel negro. Nació un 6 de junio de 1995 y con sólo un mes llegó a nuestra casa. Al parecer todos sus hermanitos biológicos se estaban muriendo, así que lo separaron pronto de ellos por si era algo contagioso.
Nuestra mamá bipe lo adoraba y los bipes pequeños jugaban mucho con él. Era un buen perro, aprendía muy rápido, no rompía las cosas y jugaba mucho con los perros y gatos del barrio.
Le encantaba comer, revolcarse en la hierba y arrastrar su cojín de un lado a otro. Tenía los ojitos malos, pero a él no le importaba. Cuando creció aprendió a hablar con los bipes mediante pequeños gruñidos, a sentarse y a dar la patita.
Cuando cumplió 10 años empezó a encontrarse mal, ya estaba muy viejo. Entonces los bipes le hicieron un regalo que jamás olvidaría: ¡yo!
Cuando llegué a casa no le caí demasiado bien. Él pobre estaba sordo, algo cegato y tenía artrosis, así que no podía jugar conmigo. Sin embargo le contagié mi vitalidad y rejuveneció muchísimo. A veces nos peleabamos, pero él siempre me prestaba su cama y me daba su comida.
La bipe ya era más mayor y nos dejaba dormir en su cuarto (aunque a mamá bipe no le hacía mucha gracia) así que los dos tirábamos la colcha de su cama al suelo y nos tumbábamos como señoritos.
Yo a Coky lo quería mucho. Me daba cuenta de que estaba mayor y no le hacía muchas maldades. A veces salíamos a pasear juntos, aunque en seguida se cansaba. Un día, cuando él tenía 14 años, los bipes se lo llevaron al veterinario y ya no volvió más.
Lloré y lo busqué por todas partes, pero no estaba. Los bipes me explicaron que ya estaba muy viejecito. Casi no podía moverse y de vez en cuando se le iba la cabeza, así que le durmieron para que no sufriera más. Coky estaba ahora en un sitio mejor, donde todo era bonito y él volvía a ser un cachorro juguetón.
A veces me acuerdo de él y de las veces que le mordía las orejitas y le saltaba por encima. Por eso intento ser buena con Tuna cuando me hace esas cosas, porque en el fondo la entiendo.
Nuestro Coky era el mejor hermano del mundo y todos le echamos de menos. Cuando yo sea viejecita sé que me reuniré con él y jugaremos siempre juntos. Hasta entonces intento cuidar bien de los bipes, como él lo habría querido.
Coky, te mando un lametón muy fuerte. Los bipes no te olvidan, y yo tampoco.